La gran comisión (Mt. 28:19-20) no puede ser llevada
solamente por ministros o pastores de las iglesias. Este comisión fue designada
a todo seguidor de Cristo que quiere servirle como Dios y redentor. La obra que
realiza el laicado con los ministros debiera ser equivalente. Muchas veces esto
se distorsiona, ya que los miembros están acostumbrados a asistir a la iglesia,
sentarse y escuchar lo que dice el pastor.
El vocablo “laico” tiene amplios significados
que contrastan el uno del otro:
1.
Referido al
empleo de la persona fuera de la iglesia en ocupaciones seculares que demandan
la mayor parte de su tiempo.
2.
Referido al
empleo de la persona dentro de la iglesia. Se diferencia al laicado del pastor.
El laicado son las personas que sirven a Dios voluntariamente por lo que no
reciben sueldo. En cambio el pastor sirve a Dios de tiempo completo y es remunerado.
3.
En la Biblia, la
expresión ho laos (el laicado) indica
la diferencia entre los sacerdotes y los dirigentes del pueblo judío.
4. Hengrik Kraemer nos dice que la palabra “laico” viene
del vocablo griego antiguo laikos, cuyo
significado original es: que pertenece a laos.
Es decir al pueblo elegido de Dios. Entonces laos significa “el pueblo de Dios”, y podemos decir que los
miembros de iglesia como los ministros serian laicos.
El espíritu de profecía es claro al declarar: “Tampoco recae únicamente sobre el pastor
ordenado la responsabilidad de salir a realizar la comisión evangélica. Todo el
que ha recibido a Cristo está llamado a trabajar por la salvación de sus
prójimo”.[1]
Es la obligación de todos, tanto laicos como ministros el cumplir con la
gran comisión que Jesús nos encomendó, que es la predicación del evangelio a
todo el mundo.
El nuevo testamento nos dice que todos los cristianos
debemos ser ministros. Jesús nunca dirigió sus palabras a un grupo selecto de
personas, por lo tanto lo que dicen los evangelios acerca de la misión, es para
que sea cumplida por todos lo que dicen ser cristianos o seguidores de Cristo.
En una iglesia numerosa, Dios no ha llamado solo al pastor para el ministerio.
Dios ha llamado a cada miembro de esa iglesia para que puedan ser testigos de
Cristo, cada cual con su ministerio personal apoyando la obra del pastor.
Muchas veces vemos al pastor peleando la dura batalla
y a los hermanos suplicando por su obra. Se nota claramente que los miembros pasan
desapercibidos por la iglesia, contribuyen de una forma silenciosa y se sienten
independientes de la iglesia, no están comprometidos con la obra de Dios.
También algunos ministros obtienen satisfacción de su autoridad religiosa
dentro de la congregación y abandona el testimonio cristiano y la movilización
de la iglesia. Pero Dios quiere que toda persona, sea cual sea el cargo que
tenga, pueda ser testigo fiel y verdadero de Él, que pueda glorificar a su
padre en todo, en cualquier cosa u ocupación que haga. Cristo quiere trabajar
en las personas y que sean canales de bendición para otras.
Muchas veces encontramos clasificaciones de las personas
según si dedicación y consagración. En primer lugar está el misionero que
trabaja en el extranjero, luego el pastor, le sigue el obrero religioso, y al
final se encuentra el humilde laico que se pregunta si realmente merece una
posición. El laico se ha visto como un cristiano fracasado que solo ayuda a pagar
las cuentas del pastor y llenar los asientos en la iglesia.
Encontramos al laicado como espectadores silenciosos
como quien mira la televisión, sin hacer nada realmente productivo, mientras
que por otro lado está el pastor como el que habla y actúa. Jesús cuando dijo
que debemos predicar el evangelio a todo el mundo, no se refería a un grupo de
pastores y ministros, sino a sus discípulos, esto quiere decir que va dirigido
a todos los discípulos de Jesús de todos los tiempos.
Es necesario saber y proclamar las funciones de los
miembros de iglesia para que puedan tomar el peso a la misión que nos encomendó
Jesús. Si los miembros de iglesia junto a los pastores trabajaran por Cristo
cumpliendo la misión, Cristo vendría prontamente en las nueves de los cielos.
Es necesario que todos podamos contribuir, porque somos llamados ministros de
Dios con una tarea específica en este mundo. No importa cuál sea el trabajo;
para Dios todos somos ministros suyos y es nuestro deber y responsabilidad
cumplir con esta gran tarea de redimir a otros a través de Jesús.
[1] Elena G. de White. Los Hechos de Los Apóstoles, p. 90.
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